Supón que estás en un restaurante con un amigo, con tu pareja o con quien te venga en gana. El caso es que estás ahí, en un lugar público, rodeado de desconocidos que hacen básicamente lo mismo que tú: comer, conversar, tomar algo… lo importante es lo que viene ahora: en la mesa de al lado, una pareja discute con ímpetu creciente. Por dos o tres frases que han llegado hasta ti, sabes cuál es el motivo del pleito: a ella le molesta que él sea tan sucio, tan desordenado. Entre reclamo y reclamo, alcanzaste a oír, incluso, dos palabras juntas, absolutamente impropias para pronunciar en un restaurante: “calzones tirados”.
Todo indica que son marido y mujer. La forma en que se expresan, lo que se dicen y cómo se miran no dejan espacio para dudas: sea como sea, esos dos comparten noche a noche el colchón.
Llevas varios minutos dando más atención a los que alegan que a tu amigo (dejémoslo en amigo, para efectos prácticos) y no te percatas de ello hasta que llega la queja. “¡Te estoy hablando, cabrón!”. Sin ganas de saber qué es lo que te acaba de decir le das una rápida explicación de lo que ocurre al lado. Asumes que con eso entenderá y te dejará seguir oyendo lo que pase con el maloliente y su mujer… pero no es así (en realidad no sabes si el tipo huele mal, pero lo infieres): lo que suceda con los de junto, a tu amigo le importa un cuerno. Quiere acapararte y te echa en cara que seas tan metiche.
Pero ¿cómo no serlo, si la historia está tan interesante? ¿No va uno al teatro y al cine a conocer historias de gente que discute, que pelea o que ama, aunque sean en su mayoría ficticias? ¿Por qué no, entonces, poner atención a lo que ocurre entre personas reales?
Pero tu amigo no entiende. Para él solo existe su propia historia e insiste con lo mismo: “¡Yo también soy real!”, afirma. De reojo ves que en la mesa de junto ella deja su silla para abalanzarse sobre él. “¡Te amo, Fer!”, dice y repite mientras lo abraza y besa sus labios. Él permanece enraizado en su asiento sin decir palabra. Impávido.
En unos cuantos segundos la situación ha dado un giro rotundo y no entiendes por qué. ¿No estaba tan enojada? ¿Y por qué ahora él actúa como si fuera ella quien desconoce las bases de la convivencia? Imposible saberlo: tu amigo, ese narcisista al que le vale madre lo que ocurre a su alrededor, te ha estropeado la historia. Difícil entender que existan personas así.