Supongo que las fechas conmemorativas me chocan por algo. Tal vez sea la hipocresía que conllevan algunas de ellos. Festejar el rock, sin embargo, me llena de orgullo. Primero que nada, porque crecí con esa música y se me metió hasta la médula de los huesos. Segundo, porque cuando la tristeza me agobia es lo único capaz de ahuyentarla; con certeza digo que no hay remedio más eficaz que la música. Tercero, porque, como buen misántropo que soy, no tengo que ir con nadie a decirle felicidades por tu día; solo abrir el estante de mis discos y cassettes (todavía los uso), y poner algo que me enriquezca el espíritu; en el peor de los casos, solo me felicito a mí por deleitarme tanto.
También defiendo que lo celebremos el 13 de julio, en honor a ese concierto memorable que fue el Live Aid, en 1985. En ese tiempo, los esfuerzos de los rockstars con respecto a aliviar los males del Planeta, como la hambruna y los desastres naturales, eran más notables que los de los políticos. Celebro que la voz de muchas de esas personas suene a favor de las ideas políticas y sociales que me conforman como persona. Ha sido un honor y un privilegio amar esta música desde mi nacimiento. Hoy no felicito a nadie en particular, pero sí alzo mi tarro y digo “larga vida al rock”.