Hace exactamente un año me dormí pensando que me iba a morir. Después de 12 días con síntomas leves de COVID-19, la saturación me bajó de golpe y tuve que ir al hospital. Llegué pasada la 1 de la tarde. Alrededor de las 3:30 ya estaba canalizado y recibiendo 5 litros de oxígeno por minuto para poder saturar arriba de 90. A las 10 de la noche, la necesidad se había duplicado a 10 litros. Entre las pocas cosas que recuerdo, aparece una doctora informándome sobre lo que dejaba ver mi placa de tórax: uno de mis pulmones estaba dañado, pero en ese momento era difícil determinar qué tanto. Entendía las cosas a medias porque llevaba varias horas en shock, tratando de descifrar lo que había estado ocurriendo desde las 6:30, que desperté con un ataque de tos. No era fácil. Nada fácil. Al día siguiente mi situación siguió empeorando y llegué a necesitar hasta 16 litros de oxígeno por minuto, pero no hablaré más de eso ahora. Hoy solo quiero celebrar que ese día me equivoqué.
La celebración del error
Actualizado: 5 sept 2022