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Foto del escritorRodrigo Pérez Rembao

¡Pícame!, pero no me zumbes

Actualizado: 21 ago


Habituado a dormir hasta las siete, Francisco chilla los dientes y se abanica la oreja con la mano, cuando ve en el reloj que apenas van a ser las cinco. ¡Malditos moscos! Se voltea de lado, decidido a conciliar de nuevo el sueño, pero el zumbido sigue, y así es imposible dormir. Vuelve a manotear, esta vez con más fuerza y dejando salir una expresión entre dientes: ¡… tamadre!


Francisco sabe que si no logra descansar lo suficiente tendrá un día de pesadilla. Le ha ocurrido otras veces y su capacidad para concentrarse en el trabajo se reduce a nada, lo mismo que sus habilidades de interacción.


Negado a que eso vuelva a suceder, enciende la luz y va al baño por una toalla para las manos, su arma predilecta cuando de cazar moscos se trata. Ya listo para el contraataque, y con la mirada recorriendo la habitación palmo a palmo, se da cuenta de algo: el zumbido ha estado ahí todo este tiempo.


Hace un nuevo intento de ahuyentar el ruido con la mano pero no sirve de nada. Otro. Nada. Ahora en vez de abanicar, aplaude. Se ve las palmas de las manos y están limpias. El zumbido persiste. Francisco vuelve al baño para verse en el espejo. Acerca tanto la cara que su nariz casi topa consigo misma. Se aleja un poco. Gira el cuello. Junto a su oreja no ve nada y el sonsonete lo sigue atosigando. Va hacia la regadera, abre la llave, se mete… ¡con una chingada!


No es hasta que se está secando el cuerpo cuando entiende que se trata de un sueño. Esa vieja costumbre suya que lo acompaña desde niño. Viene el pellizco para cerciorarse y ¡pum!


Abre los ojos y ve en el reloj que son las tres y cuarto. Va a volver a cerrarlos cuando… ¡pinches moscos!

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