Hace ya algunos años, cuando Holanda recién se había convertido en el primer país en permitir el matrimonio entre homosexuales, a las Torres Gemelas les quedaban todavía unos meses de vida y México estrenaba un presidente que por primera vez en la historia no provenía del PRI –al menos eso creíamos entonces–, se publicó en Chihuahua un libro de cuentos con una portada horrible, llamado Reflexiones sin remedio (Ichicult-Conaculta, 2001).
¿Por qué reflexiones y por qué sin remedio? Para empezar, porque el libro tiene dos autores: Rodrigo, quien perpetró los primeros 22 relatos agrupados bajo el título “Irremediable”; y Javier Mariano, quien decidió nombrar “El espejo” a su conjunto de 17 con los que se encargó de dar cierre. Nótese pues el juego de palabras para hacer de ambos títulos uno solo que los contuviera.
Pero no solo se trataba de una simple mezcla de ingredientes. Si algo tienen en común las 39 historias breves que conforman esta publicación, es una suerte de desencanto que clava en el lector la idea de que algo está descompuesto, y muy difícilmente podría encontrar arreglo. El absurdo, la desesperanza, la mezquindad, el patetismo, el miedo paralizante y la contradicción son solo algunos de los elementos –profundamente humanos, sobra decir– que acechan estas páginas.
Más de 20 años después, los autores se reconocen todavía víctimas de constantes reflexiones sin remedio y, sin una mejor idea para aplacarlas, y aplacarse ellos mismos, crearon este espacio de desahogo; acaso de comunión, si es que por ahí aparecen otras almas cojeando de la misma pata y con ganas de hacer montón.
Podría decirse entonces que esta segunda vuelta de reflexiones sin remedio es una secuela del libro, aunque con tres variantes fundamentales:
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La materia prima no serán cuentos, sino el libre flujo de ideas, una miscelánea que el lector podrá clasificar como le plazca.
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No es lo mismo rondar los 30 que los 50 años de edad; con el transcurrir del tiempo, estos reflexivos irremediables se han vuelto cínicos, impúdicos y ya mejor optan por reír para no llorar; ahora escriben desde ahí.
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Los textos no habitarán el papel, sino el ciberespacio
Si quisiéramos encontrar algo bueno tras el paso de la pandemia, podríamos destacar la forma en que hemos aprendido a usar las plataformas digitales para estrechar lazos con familiares, amigos, conocidos y hasta desconocidos. Hoy los espacios cibernéticos abren posibilidades de diálogo –no solo entre los autores, sino entre todos, incluyendo a cada incauto lector que caiga por aquí–, que hace no mucho tiempo eran inimaginables.
Apoyados en ello, Javier Mariano y Rodrigo lanzan este tiro al aire para a ver dónde pega. En una de esas, dicen, dan con un que otro cómplice con quien compartir la urdimbre de pensamientos generados de todo eso que circunda y penetra la cotidianeidad.
Bienvenido a estas (nuevas) reflexiones sin remedio.
Rodrigo y Javier Mariano, en tercera persona.