A veces, cuando me despierto, me siento desordenado, confuso y desorbitado. No entiendo los mecanismos del mundo, porque cuando llego a alguna conclusión, no me gusta lo que veo. Entonces me digo: “¡Concéntrate, cabrón!, hoy puede ser un gran día”, y hago el esfuerzo, cierro bien fuerte los ojos y pienso en lo que tengo que escribir y en las posibilidades que tengo para salir adelante y no quedarme sumido en mis pensamientos negativos y en mis bajas frecuencias. Contento y agradecido, abro los periódicos, y le doy atención a los acontecimientos del mundo; abro bien los ojos y con desilusión y un poco de modorra, regreso a mis pensamientos.
Va este poema de Rosario...
Agonía fuera del muro
Rosario Castellanos
Miro las herramientas,
El mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
Sudan, paren, cohabitan.
El cuerpo de los hombres prensado por los días,
Su noche de ronquido y de zarpazo
Y las encrucijadas en que se reconocen.
Hay ceguera y el hambre los alumbra
Y la necesidad, más dura que metales.
Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
que todavía la especie no produce?)
Los hombres roban, mienten,
Como animal de presa olfatean, devoran
Y disputan a otro la carroña.
Y cuando bailan, cuando se deslizan
O cuando burlan una ley o cuando
Se envilecen, sonríen,
Entornan levemente los párpados, contemplan
El vacío que se abre en sus entrañas
Y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.
Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
Soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
Gente a quien compartir es imposible.
No te acerques a mí, hombre que haces el mundo,
Déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
De algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.