La naturaleza es vaivén. Y por más que quieras contrariarla, intentando hacer tuya la rigidez de un robot, esa condición humana tuya te traerá siempre de vuelta.
Lo que pensaste y lo que sentí hace unos instantes pudo haber cambiado en segundos. Con lo que sentiste y con lo que pensé, pudo haber ocurrido exactamente lo mismo.
Nadie está consumado. Nadie es, hasta que muere. Atarse de pies y manos al mástil de la congruencia es querer morirse; echarse a andar –acaso por la ruta más tediosa– hacia el suicidio. Contradecirse, en cambio, responde al más puro instinto de supervivencia.