Ojalá esto nunca se tratara de un balazo en la sien ni por la boca. De arrojarse desde un séptimo piso o lanzarse a las vías del metro. ¿Ingerir veneno para ratas? ¿Echarse una soga al cuello? Si nadie pidió venir a este valle de lágrimas, ¿por qué, entonces, no facilitar las cosas para quien elija renunciar? ¿Por qué no darnos, miserables criaturas, el mínimo poder de escapar con solo desearlo y dejar caer los párpados de manera definitiva?
Rodrigo Pérez Rembao