A diferencia de lo que ocurre con las grandes tristezas, que irrumpen en conversaciones íntimas, reuniones familiares y borracheras, hay tristezas de naturaleza recatada de las que poco se habla y no se hacen notar frente a cualquiera.
No son la muerte de un ser querido, la angustiante pérdida de un patrimonio familiar o una ruptura amorosa, tristezas aplastantes que derrumban a cualquiera. Estas otras son aflicciones sutiles, de aguijón selectivo, que difícilmente provocan una demolición por sí solas pero, en conjunto, y con la recurrencia que les es propia, suelen abatir a quien le fue dado seguir las rutas de la melancolía.
Recuerdos que se rinden frente a la tiranía del tiempo, verdades que se apagan por no ser dichas, el pájaro que aparece muerto en el patio, chistes ya sin gracia a fuerza de repeticiones, una mujer indiferente hacia la poesía, un perro que no mueve más la cola, días que transcurren sin una buena noticia, el punto final de un libro entrañable, un pastel que se ha llenado de hormigas, un adolescente paralizado por la timidez, caricias desgastadas por rutinas y desencuentros, una televisión que no alivia ausencias…
A diferencia de lo que ocurre con las grandes tristezas, estas, las que aparecen sin hacer estruendo, clavan los colmillos día con día.