Unas cuantas verdades
- Rodrigo Pérez Rembao
- 6 jun 2024
- 1 Min. de lectura

Cuando se trata de verdades, he de decir que, como tengo mis favoritas, tengo también otras, muy bien identificadas, que me provocan repelús. Para empezar, siempre evito las implacables, esas que siempre parecen buscar una grieta hacia el improbable campo de lo absoluto. Rechazo también las moldeadas a conveniencia y las que se inducen bajo coerción. No simpatizo con las que se instalan por inercia ni con las que da por obvias un consenso adormilado e invariablemente proclive a la condescendencia.
Celebro, en cambio, aquellas que germinan en espíritus de naturaleza cándida, con valor igual a cero para el perseguidor de dogmas, pero inconmensurable para quien, a pesar de los años, no ha dejado de jugar. Abrazo también a las verdades intermitentes, las que son y no son según las circunstancias, nunca quietas.
Pero las que más merecen, no solo mi atención sino mis más nobles emociones son las verdades que dignifican a quien las mantiene vivas, esas que es preciso defender frente a intereses abyectos. La supervivencia de este tipo de verdades depende de la entereza de quien las hace suyas, y es por eso que inspiran: para subsistir requieren de alguien dispuesto a todo para defenderlas, y así mantener su dignidad.
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