FAUSTO: ¿Dónde están los condenados?
MEFISTÓFELES: En el infierno.
FAUSTO: ¿Y cómo has salido del infierno?
MEFISTÓFELES: No he salido de él, porque esto es el infierno.
A donde vayas, irás cargando con la mentira de tu existencia. Serás el único responsable de la perdición de tu alma, porque el Infierno es un espejo. Cuando te mires, recuerda quién eres y quién no has podido ser. El infierno no son los otros; lo llevas puesto como calcetines. Te carcome poco a poco, y los felices no se dan cuenta de ello hasta que la luna llena, o los despojos de una vida desperdiciada, los convierten en abominaciones. Los que tienen conciencia pasan la vida zurciendo su espíritu, que luego vuelve a romperse con el peso de la estupidez. La muerte ni siquiera es un descanso; todo terminaría como un desperdicio de energía desperdigada.
El Infierno es no decir nada porque no se tiene qué decir. Es creer en un dios que, desde el inicio, ya te ha condenado. El Infierno es romperse el alma con pecado original, y después pegarlo con el hilo de las culpas. No hay peor castigo en este mundo que saberse viviendo en una mentira. Cuando el diablo te despierta por las mañanas para convencerte de que el mundo sigue girando y no puedes hacer nada sino seguir viviendo, entonces el aire se vicia y las propias acciones te condenan, te conforman en la persona que ahora miras cada mañana frente a ti. Rómpelos todos; rompe todos los espejos a tu alrededor. No sepas quién eres ni quién quisiste ser. A la siguiente mañana todo será diferente; no mejor, ni peor, si quieres, pero una perspectiva distinta dará la ilusión de que tu mundo no está jodido del todo. Y luego empezará todo de nuevo, y harás el nulo propósito de cambiar tu vida. El Infierno lo llevas contigo.