La misma brisa que le hizo sentir frío minutos antes arrastraba una hoja de papel. Él apartó la vista del libro y se entretuvo unos segundos contemplando el viaje de la hoja, que lentamente se acercaba a la banca donde había decidido sentarse. Para ello, hubo necesidad de que en el recorrido hiciera un viraje caprichoso, lo cual convertía el detalle en una casualidad sorprendente. Como lo esperaba, el papel llegó directo a sus pies. Se detuvo un instante y él le clavó la mirada en búsqueda de cualquier cosa que pudiera entenderse como un mensaje, como un señal al menos. Una nueva ráfaga sacudió al objeto. Lo hizo girar de tal forma que dejó ver ambas caras en blanco, vacías.
Sintió una especie de desencanto que, aun reanudando su lectura, no desapareció del todo.