Un día Tavo le hizo a Beto una pregunta que lo dejó mudo unos minutos. “¿Qué tiene de divertido volar papalotes, si no haces más que estar ahí parado, sosteniendo el carrete y volteando hacia arriba?”. Aunque encontró la descripción demasiado reduccionista, prefirió evitar esa discusión. “Mmm…”. Y siguió pensando un rato, hasta que se le ocurrió algo. “No es solo estar ahí parado. Volar papalotes es… como pescar”. Tavo soltó una carcajada. “¿Como pescar? Eso no es cierto. Lo padre de ir a pescar es pescar algo. Ir a pescar y no pescar sería solo estar ahí parado, sosteniendo la caña y viendo hacia enfrente. ¡Allá arriba no hay peces, Beto!”. Las palabras de Tavo hicieron que reconsiderara la comparación que, ciertamente, ahora le parecía imprecisa. A falta de respuestas, volvió a enmudecer.
No fue sino hasta la siguiente vez que se encontraron, cuatro o cinco días después, cuando Beto tuvo claras sus ideas, y le dijo: “Hay cosas que son divertidas, aunque no sepamos por qué, como disfrazarnos, jugar futbol, prender fogatas o volar papalotes… el porqué en realidad no es importante”. Tavo no dio señales de quedar satisfecho con lo que acababa de escuchar pero tampoco titubeó un instante cuando su amigo le preguntó: “El sábado iré con mi papá al mejor lugar del mundo para volar papalotes. ¿Vamos?”. Un sí llegó de inmediato.